sábado, 18 de octubre de 2008

Las amistades peligrosas

Se debería tratar a los libros como a las amistades; habría un tiempo reservado para ellos, un tiempo determinado, que pasaría en forma regular y complaciente, no más prolongado que el estrictamente necesario y provechoso. Naturalmente, algunos libros estarían más cerca de uno y nadie podía asegurar por anticipado que no se podría perder de vez en cuando una media hora con ellos, un paseo, una cita, un estreno teatral, o una carta urgente.
Entonces presentí lo que más tan a menudo he experimentado más tarde: que no se tiene derecho a abrir un libro si uno se se compromete a leerlos todos. Con cada línea despuntaba el mundo. Antes de los libros estaba a salvo, y quizá se lo encontraba entero depués. Pero, ¿cómo iba yo, que no podría leer, a absorberlos todos? Allí estaban, en aquella nuestra modesta biblitoeca, en gran número y formaban una unidad. Terco y desesperado, me precipité de libro en libro y me abrí paso entre las páginas como alguien que tuviese cumplir con un trabajo desproporcionado para sus fuerzas. Muchas de las cosas que caían en mis manos debieron ser leídas con anterioridad, para otras, por el contrario, era demasiado temprano; casi nada llegaba a tiempo para mi presente de entonces. No obstante, leí.
Años después, me sucedía a veces por la noche que me despertaba, y las estrellas estaban allí, tan realies y avanzaban de manera tan significativa, que yo no podía comprender cómo podía desperdiciarse tal cantidad de vida, la fiebre se apoderó de mí y me aferré convulsivamente a la lectura.


*Los cuadernos del poeta Malte Laurids Brigge. Mi querida y casi desvencijada edición de 1977 publicado por Ediciones Corregidor (Buenos Aires) persiste entre mis manos a pesar del paso del tiempo. Sus páginas tienes ya alas e independientes sobresalen de su marco por el uso. Cada cierto tiempo, no suele ser mucho, acaricio sus alas y las recoloco junto a la columna vertebral en que se ha convertido su lomo. Y ahora que lo pienso me parece curioso que la editorial sea de Buenos Aires. Esos mismos aires que han desplegado por el tiempo las alas de su espalda. Particularmente, yo no puedo separarme de este libro por mucho que pase el tiempo). Es una de mis amistades más profundas.

Mis amistades hoy son además de este libro peligroso la música, tan peligrosa pero tan necesaria a la vez. Ahora escucho la Barcarola de la ópera Los cuentos de Hoffmann de Offenbach.
Una barcarola está caracterizada por un ritmo reminiscente del remar del gondolero, casi siempre un tempo moderato-

1 comentario:

Gracia Iglesias dijo...

El vértigo ante una biblioteca resulta abrumador. Recuerdo ahora un cuento de Borges al respecto y también otro de Natalia Carbajosa que giraba entorno a la desesperante imposibilidad de leerlo todo. Tampoco se puede ser amigo de todo el mundo, claro. Es curioso, acabo de responder a un post sobre la amistad y sus desconciertos en otro de los blogs que frecuento. Hoy va de amigos, amiga mía.